16/2/18

Antiguo Egipto (III)

Las figurillas de bronce encontradas en la Península ibérica, en Sancti Petri (San Fernando-Cádiz) sitio del Templo Heracleión, también en Huelva y en Sevilla, son figuras egipcias, piezas fabricadas seguramente para el culto fenicio al dios Melkart.
Son la representación de un dios en actitud hierática que lleva la mitra oblonga (hedyet) o la Corona Blanca del antiguo reino del Alto Egipto (Sur), asociado al egipcio Reshepu o Reshef, un dios cananita protector en la guerra que se le relaciona con el dios tebano Montu, guardián de la batalla para muchos faraones egipcios.

Según el mito, Reshef ejercía una influencia benigna contra la enfermedad, está asociado con el rayo, por lo que también puede interpretarse como un dios del tiempo.
En la iconografía egipcia se le representa con barba, llevando la Corona blanca con la cabeza de una gacela en su frente sujeta con dos lazos que descienden por su nuca. En la mano izquierda puede llevar un escudo o el símbolo ank y en la derecha una jabalina o un hacha. La mano derecha puede presentarse levantada. Reshef portaba la gacela de la misma manera que los dioses del norte de Egipto llevaban la serpiente (uraeus), o el buitre en el sur.

En egipto era conocido como Reshepu o Reshpu y en su mitología, llegó a ser un dios guerrero, "Señor del cielo" y "Señor de la eternidad", proveniente de la tierra de los cananeos y más tarde un popular dios protector "el que escucha las plegarias" y curaba las enfermedades. El texto de una antigua fórmula apotropaica invocaba el nombre de Reshef, junto con el de Astarté, como remedio a la acción del demonio al que se atribuía la causa del dolor abdominal.
Su culto se introdujo a partir del Imperio Nuevo, cuando los soldados egipcios en Siria lo trajeron de vuelta a Egipto, como otros compatriotas divinos (Qadesh, Astarté, Baal). Por eso se le representa como guerrero con barba asiria y con el símbolo de la gacela como era representado allí.
En su doble aspecto del dios guerrero y curandero, combinaba en sí mismo las polaridades opuestas de la vida y la muerte. Reshef era conocido en Egipto y en el Cercano Oriente como Reshep-Shulman. Una región de la orilla oriental del Nilo era conocida como "Valle de Reshep" y fue objeto de culto, principalmente en Deir el Medina y Heliópolis.

Reshef se encuentra en tablillas de arcilla del III milenio de Ebla (Tell Mardikh) como Rasap o Ra-sa-ap. Se le nombra como divinidad de las ciudades de Atanni, Gunu, Tunip y Siquem. También es uno de los dioses principales de la ciudad de Ebla llevando su nombre una de las cuatro puertas de la ciudad.

Reshef aparece en un papiro (hoy en el Museo de Brooklyn nº 35.1446) de finales del Reino Medio de Egipto, en torno al 1.740 a.C. y quizás en el primer cuarto del siglo XVIII. En un fragmento del papiro cuentan 95 siervos, 30 de ellos asiáticos. Entre estos últimos hay un cervecero llamado Eper-Reshep o Apra-Rashpu ('pr-Rshpu), "Reshef proporciona". Es posible que llevaran a un esclavo a Egipto entre finales de la dinastía XII y principios de la XIII que venía de una zona donde se adoraba a Reshef.
Tras la conquista de Siria, Reshef se volvió popular en Egipto bajo el reinado de Amenhotep II (Dinastía XVIII), donde sirvió como dios de los caballos y los carros. Originalmente fue adoptado en el culto real, volviéndose popular en el periodo ramésida y a la vez desapareciendo de las inscripciones reales. En este último periodo, Reshef suele ir acompañado de Qadesh y Min.

La antigua ciudad de Arsuf en el centro de Israel aún incorpora el nombre de Reshef, milenios después de que su adoración terminara.
La letra hebrea Resh (o R íbero-tartéssica), representa la cabeza, la primera emanación o manifestación vital del círculo divino.


El nombre Reshef aparece como palabra en hebreo clásico con el significado "llama, rayo" (Salmos 78:48) y "una plaga, una fiebre abrasadora" por la que el cuerpo se "inflama" (Deuteronomio 32:24), pero puede entenderse como una lengua arcaica en algunos ejemplos y como un nombre propio en otros, como el nieto de Efraín en I Crónicas 7:25.

Reshef tenía un templo en Cartago, su nombre aparece en un altar de Nectanebo II (350 a.C.) de la dinastía XXX en el muro de un templo de Montu en Karnak del reino de Ptolomeo III. Su culto se extiende de Gebal Agg en Baja Nubia a Zinjerli y Karatepe en el norte, y de Siria y Palestina a Chipre y Cartago. Por supuesto, tuvo un lugar destacado en Ras Shamra (Ugarit).

13/2/18

Antiguo Egipto (II)

                                                                             Atum Ra
Atum fue el primer dios representado con cuerpo humano, pues antes todas las deidades de los antiguos egipcios tenían forma de animales. Como hombre lleva la Corona doble, blanca y roja.

Atum es “Aquel que existe por sí mismo”; dios primordial y creador según la doctrina de Heliópolis, que sustituyó a la serpiente Imy-uaf, para poner en marcha la creación, y retornará a la forma de serpiente al final de los tiempos.
Se creía que Atum era la primera forma divina del Sol, hasta que por su propio deseo se manifestó en la forma concreta de Ra. Así en el mito solar es identificado con el sol poniente que va hacia las entrañas de la tierra para renacer luego al amanecer, mientras que a Ra se le reconoce como el sol en su cenit.

En los textos de las pirámides, Atum es el dios que conduce al faraón al cielo, también aparece como la colina primitiva. Su casa era una gruta (immehet) donde residía y estaba situada en la sexta morada del Paraíso egipcio.
En los mitos, junto a Seshat y Thot, es el que anota los años de reinado de cada faraón en la persea celeste. Creó la Eneada heliopolitana, compuesta por sus primeros descendientes. Creó a sus hijos Shu y Tefnut, los dioses gemelos o dioses leones, de su saliva y de una masturbación (la mano que usó para copular consigo mismo fue personificada en Nebethetepet como principio femenino inherente a él). Atum y su mano aparecen como una pareja divina en sarcófagos del período heracleopolitano.

Según el mito de Menfis, Atum fué concebido del corazón de Ptah. Los animales que tenía asociados eran el león, el toro, el lagarto, el icneumon y la serpiente que representa el concepto de “fin del Universo”, al final de los tiempos sólo Atum y Osiris sobrevivirán a las aguas de Nun que envolverán toda la tierra, y lo harán en forma de serpientes.
Filón de Biblos, cuenta que los fenicios siguieron a Ferécides de Siros, filósofo del s. VI a.C., uno de los siete sabios de Grecia, famoso por su teoría sobre la existencia de un dios supremo llamado Serpiente. 

La Corona Atef, es una forma más compleja de la corona Blanca, y se compone de dos plumas de avestruz, en ocasiones, con dos cuernos en su base, el uraeus (la cobra) y disco solar, se representa en color amarillo. Aparece también en los textos de las pirámides y está relacionada con el dios Osiris.
La corona oblonga era símbolo de poder y sabiduría, representaba la continuidad de aquellos dioses, semidioses, sacerdotes y reyes que en el origen de los tiempos dominaron la Tierra. Los cráneos alargados encontrados en diferentes lugares del mundo guardan relación con la forma de esta corona. 
En el judaísmo de la Antigüedad, los miembros del Sanedrín utilizaban el ornamento para la cabeza conocido como mitznefet, de éste deriva la mitra adoptada por el cristianismo. 

La jerarquía sacerdotal de la iglesia católica, los obispos llevan la Mitra de color blanco y rojo unificando las dos mitades, recuerda la Corona doble que unificaba los dos reinos del antiguo Egipto.
La tiara papal fue la corona usada por los líderes de la Iglesia católica desde el siglo VIII hasta el XX. La tiara nace a partir del gorro frigio cónico. Con la forma de un extintor de vela, la tiara papal y la mitra episcopal eran idénticos en sus orígenes.

El dios Vithoba con la corona cónica, ha sido considerado una manifestación de la deidad hindú Visnu, o un avatar de Krisna y a veces asociado con Shiva y Buda.
Surya es el Dios del Sol en India. Suryadev, para los hindúes (Surya significa Sol y Deva es Dios).
Los sabios Chinos, médicos y alquimistas, también se cubrían la cabeza con formas alargadas.
 
                                                     Wang Shu He

Chang Chi

Pashas otomanos y Derviches sufies usaban las formas alargadas.

La famosa escena del faraón Akenatón (Amenofis IV) con su familia y el disco solar, ha quedado grabada en piedra para la posteridad, y nos deja sin palabras.

Continuará...

11/2/18

Antiguo Egipto (I)

                                     
Los antiguos textos, narran los relatos orales transmitidos entre los sacerdotes que se refieren a los primeros reyes de Egipto como los propios dioses. Después reinaron los semidioses, hijos de los anteriores. Tras las dinastías divinas y las semi-divinas, se contabilizan por los sacerdotes una serie de reyes no determinados, a los que seguían 30 reyes menfitas y después de ellos, 10 reyes tinitas.

Para los egipcios, el conjunto de los semidioses y los hombres que reinaron antes de la Primera dinastía formaron el conjunto de los llamados “Seguidores de Horus”, también conocidos como sus compañeros y discípulos, según el relato del Papiro de Turín.
El único documento parecido que se refiere al final del período, la llamada Piedra de Palermo, representa a una serie de personajes que llevan la Corona Roja del Bajo Egipto cuyos nombres son: Seka, Jaau, Tiu, Tchesh, Neheb, Uadyined, Mehe.
Las interpretaciones de los signos grabados en los colosos de Coptos que representan al dios Min y en la Paleta de Tehenu, han conducido a pensar que durante este período existió una línea de 15 gobernantes.
La Dinastía 0, se ha reconocido que llevó a la unificación perdurable de las dos tierras, los reinados de Ni-Hor, Hat-Hor, Iri-Hor, Iri-Ru, Escorpión y Ka, son los reyes pre-tinitas pertenecientes al área de Hierakompolis.

Parece que Escorpión II fue el primer rey del Egipto Unificado, a este siguió Ka y después Narmer. No está claro si este último es el Menes de Manetón, fundador de la Primera dinastía, o bien Aha, su sucesor.
El conocimiento de estos reyes lo tenemos a través de las ofrendas encontradas en el templo de Horus en Hierakompolis. Podría ser que tuviesen su capital en esta ciudad, aunque esta hipótesis no está probada. También podría ser que ésta se encontrase en Abydos, aunque la importancia del templo de Horus en Hierakompolis, les llevase a presentar ofrendas como una forma de consolidar las alianzas de períodos anteriores, o de mantener sus relaciones con este centro de poder.

El período protodinástico se corresponde políticamente al período Tinita (Dinastías I y II), cuando se produjo la unidad política desde el delta del Nilo hasta la primera Catarata, las relaciones pacíficas formaron la unificación de los dos grandes reinos, el Alto y el Bajo Egipto, aunque según la cronología de los hechos, esto pudo durar dos siglos.
El reino del Norte (Bajo Egipto) tenía la capital en Buto y la representación de su soberanía era la Corona Roja asociado al dios Horus, mientras que al Sur (Alto Egipto) la capital estaba en Hierakompolis y el rey llevaba la corona Blanca, asociado al dios Seth.
El pskent es el nombre helenizado de la Corona Doble, sejemty, y significaba que poseían el poder en las Dos Tierras, representaba el Alto y Bajo Egipto. En iconografía está representada como una corona Blanca dentro de la Roja.
Dos deidades tutelares eran las patronas de ambos reinos. La cobra, Uadyet protegía el Bajo Egipto mientras que la diosa buitre Nejbet era la patrona del Alto Egipto.

El origen de las serpientes intrigaba a los antiguos egipcios, que pensaban que podrían haberse creado a sí mismas, y puesto que mudaban de piel, estos animales eran también un símbolo del renacer después de la muerte, se pensaba que ayudaban a renacer al difunto. Todas las serpientes eran sagradas y la reencarnación de Apofis, excepto la cobra que representaba al Sol. En Egipto la cobra (uraeus) era un símbolo de resurrección, siendo el animal protector de los faraones, y en la ciudad de Buto eran veneradas por su carácter benéfico. Portaron su nombre varios faraones hicsos de la dinastía XV, como Apofis I y Apofis II.

Uadyet, protectora del Bajo Egipto, era la diosa serpiente que escupía fuego a sus enemigos, simbolizaba el calor del sol y se la solía llamar “el Ardiente Ojo de Ra”, identificada con el uraeus, la Cobra que los faraones llevaban en sus coronas, también se la llamaba “la del color del papiro” o “la verde”, por simbolizar la fertilidad del suelo. Enviaba profecías a través de los sueños y tenía un famoso oráculo en Buto. 

Continuará...

9/2/18

Shemsu Hor (Discípulos de Horus)

En el Papiro de Turín y en otros textos históricos, los Shemsu Hor (los compañeros de Horus), constituyen uno de los enigmas más inquietantes de la prehistoria egipcia. Las alusiones a estos personajes son vagas e imprecisas, pero su interpretación en tiempos muy anteriores a la Primera Dinastía egipcia pudo concretarse en el diseño estelar de la Gran Esfinge y de otros monumentos.

La cronología de los hechos, no coincide con la datación de la Esfinge propuesta por Robert Bauval, alrededor del 10.500 a.C. Por otra parte, si aceptamos las divisiones de la historia de la humanidad para el Antiguo Egipto y situamos a los habitantes de esta región en la Edad de Piedra (IV milenio a.C.), nos preguntamos ¿cómo es posible que estos hombres y mujeres recién salidos de las cavernas fueran capaces de construir algo ni remotamente parecido a la Gran Esfinge de Giza?. Algo nos dice que la cronología sobre la historia de la humanidad está equivocada, o que anteriormente existió otra “humanidad”, una especie de civilización madre altamente evolucionada desde el punto de vista tecnológico y probablemente espiritual.

El historiador Heródoto (s. V a.C.) recogía por boca de los sacerdotes de Tebas una historia de Egipto bien distinta a la que conocemos hoy. El cronista griego se refería a un episodio en el que los sacerdotes tebanos le mostraron 345 estatuas que parecían representar a imponentes dioses. Sin embargo, los religiosos apuntaron que no se trataba de dioses, sino que cada coloso simbolizaba cada una de las generaciones de grandes sacerdotes que les precedieron, hasta completar 11.340 años de “gobiernos de los hombres” y que antes de estos hombres, los dioses eran quienes reinaban en Egipto, morando y conversando entre los mortales, y teniendo siempre cada uno de ellos un imperio soberano (Los Nueve Libros de la Historia, Libro II, Cap. CXLIV).
Por lo anterior, se infiere que los sacerdotes de Tebas distinguían claramente dos rangos de reyes de Egipto: los humanos, que habían gobernado el país desde hacía 11.340 años y los dioses, que no sólo gobernaron físicamente Egipto durante un periodo igual o mayor, sino que lo hicieron mezclándose con aparente naturalidad entre los habitantes.

Por su parte, Manetón (s. III a.C.), sacerdote e historiador egipcio que vivió durante los reinados de Ptolomeo I y Ptolomeo II, establecía cuatro dinastías anteriores a Menes (dos de dioses, una de semidioses y otra de transición), adjudicando el origen de la civilización egipcia al gobierno de 7 grandes divinidades –Ptah, Ra, Shu, Geb, Osiris, Seth y Horus–, que permanecieron en el poder durante 12.300 años.
A continuación, gobernó una segunda dinastía encabezada por el primer Toth e integrada por 12 faraones divinos (1.570 años de gobierno), tras los cuales ascendieron al poder 30 semidioses, generalmente identificados con los Shemsu Hor y simbolizados por halcones, que gobernaron el país durante 6.000 años. Tras éstos, siempre según Manetón, se produjo un periodo de caos, hasta que finalmente, Menes encauzó la situación y logró la unificación de Egipto.
La egiptología ortodoxa incluye estas cronologías en la categoría de los mitos, no en la de los sucesos históricos comprobables. Al fin y al cabo, las fuentes que nos ofrecen información sobre los Shemsu Hor son ciertamente escasas. Claro que también podemos extraer información sobre los Compañeros de Horus y sobre los dioses que gobernaron Egipto, de las obras que nos legaron estos misteriosos personajes, construcciones que en todos los casos, se erigieron siguiendo un plan estelar, como ha quedado atestiguado por los estudios arqueo-astronómicos de estos monumentos.
De confirmarse la datación extrema de la Gran Esfinge o, cuanto menos, la propuesta por Bauval, los arquitectos de estas imponentes maravillas sin duda tendrían más de celestes que de humanos.

Los Shemsu Hor son mencionados por Manetón en su obra Aegyptíaka. Hace referencia a los semidioses que gobernaron después de los primeros dioses, entre ellos el propio Horus. Si bien no hace referencia tácita a los Shemsu Hor, el período del reinado (6.000 años) y el puesto en la lista real de estos semidioses, parecen identificarlos con ellos.
Si realizamos una pequeña suma con la duración de los reinados de los sucesores de los Shemsu Hor, podremos llegar a la conclusión de que, de haber existido, esta especie de semidioses tendrían que haber gobernado la Tierra en algún momento alrededor del año 10.000 a.C.

Algunos autores antiguos, como Eusebio, creían que tal desmesurado numero de años se debía a que los egipcios llamaban año a lo que el resto de los mortales denominaban mes lunar. Sin embargo, esta interpretación que no se fundamenta en ningún argumento, no tiene ningún sentido. Según estas antiguas fuentes, después de los dioses, los héroes reinaron 1.255 años, dando paso a otra línea de reyes que gobernó durante 1.817 años. Más tarde gobernaron unos 30 de reyes más, procedentes de Menfis, que ocuparon el trono durante 1.790 años. Seguidamente reinaron 10 reyes de la ciudad de Tis durante 350 años, y después de éstos llegaron los Shemsu Hor, llamados en las crónicas como manes y héroes, que durante 5.813 años reinaron en el Valle del Nilo. Finalmente, llegó al trono de Egipto el primer rey dinástico, de nombre Menes que gobernó el Valle del Nilo desde el año 3.100 a.C.
En total, estás cronologías suman 11.025 años, que a la vista de los investigadores modernos parecen algo increíble. A decir verdad, no existe ni una sola prueba arqueológica que remita a los egiptólogos a probar la existencia de una civilización desarrollada en los albores del X milenio antes de nuestra Era, precisamente el mismo momento en que muchos han visto la existencia de la Atlántida de Platón. De hecho, si aceptamos esa cronología, coincide con el período en el que se estima que pudo desaparecer la civilización atlante y en el que pudo haberse erigido el monumento de la Esfinge, cuya antigüedad está en duda.
Desde este punto de vista, debemos lanzar una reflexión, esbozada ya por algunos investigadores. Si no existió ninguna cultura capaz de construir grandes monumentos en el año 10.000 a.C., pero muchos de éstos giran en torno a esta mítica fecha, ¿qué es lo que incitó a los antiguos egipcios a reordenar sus construcciones reflejando vínculos estelares con este momento de la antigüedad?, ¿qué sucedió alrededor del año 10.000 a.C. para que los egipcios miles de años después, rememoraran ese momento dejando constancia de ello para la eternidad?

Autores como Robert Bauval o Graham Hancock, piensan que los Shemsu Hor fueron los portadores de una sabiduría iniciática que durante siglos se mantuvo en el más absoluto de los secretos, los seguidores de Horus tuvieron un papel más importante de lo que se había pensado hasta ahora.
Bauval y Hancock defienden que gracias a este selecto grupo de sabios, los antiguos egipcios pudieron erigir grandes construcciones para las que se requería una talla tal en conocimientos de tipo astronómico y matemático, que resultan imposibles de encontrar en una civilización aparentemente primitiva como la egipcia del 2.500 a.C., fecha en la que supuestamente se levantaron las grandes pirámides.

Los Shemsu Hor pudieron ser, según escribió en 1.894 el célebre egiptólogo francés Gastón Maspero, quienes edificaron realmente la Esfinge, empleando en ello todo su conocimiento y sabiduría. Y de ellos ya hablan los textos jeroglíficos más antiguos de los que se dispone. Inscripciones en pirámides de la V dinastía en Saqqara se refieren a ellos indistintamente como “los brillantes” o “los resplandecientes”. Curiosamente se trata del mismo apelativo que recibieron los Elohim bíblicos mencionados en el libro de Enoch. Particularmente el término “El” puede traducir ese vocablo hebreo, precisamente como “los resplandecientes” (seres de luz). Tanto si se trata o no de los mismos seres, los egipcios decían que los Shemsu Hor conocían el hierro (un metal divinizado en la época).

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