28/5/17

Ruta de la Seda (III)


La expansión mongola por todo el continente asiático, desde 1.207 hasta 1.360, contribuyó a la estabilidad política y a restablecer la Ruta de la Seda (a través del Karakorum). 
También puso fin al monopolio del Califato islámico sobre el comercio mundial. Debido a que los mongoles pasaron a dominar las rutas comerciales, ello permitió que más comercio entrase y saliese de la región. Las mercancías que a ellos no les parecían valiosas si eran vistas a menudo como muy valiosas en el Oeste; como resultado, los mongoles recibieron a cambio gran cantidad de bienes de lujo occidentales, aunque nunca abandonaron su estilo de vida nómada. Poco después de la muerte de Genghis Khan, la Ruta de la Seda quedó en manos de sus hijas.

Los viajes de Marco Polo abrieron los ojos occidentales a algunas de las costumbres del Lejano Oriente. Aunque no fue el primer europeo en recorrer la ruta, pues Mateo Polo y Nicolo Polo (tío y padre de Marco) habían realizado un viaje similar antes de invitarle a tomar parte en la segunda expedición al khanato de China. También había sido precedido por numerosos misioneros cristianos en Oriente, como Guillermo de Rubruck, Benedicto de Polonia, Giovanni da Pian del Carpine y André de Longjumeau. Otros enviados más tardíos fueron Odorico de Pordenone, Giovanni de Marignolli, Juan de Montecorvino, Niccolò de Conti, o Ibn Battuta, un viajero marroquí musulmán que pasó por el actual Medio Oriente y que recorrió toda la Ruta de la Seda, desde Tabriz, entre 1325-1354.
En el siglo XIII hubo intentos de una alianza franco-mongola, con intercambio de embajadores y fallidas colaboraciones militares en Tierra Santa durante las últimas cruzadas, aunque al final los mongoles, después de haber destruido las dinastías de los abásidas y los ayubidas, con el tiempo se convirtieron al islam, y firmaron en 1.323 el Tratado de Alepo con el superviviente poder musulmán, el sultanato mameluco de Egipto.

Algunos estudios de investigación indican que la peste Negra, que devastó Europa a finales de la década de 1.340, podría haber alcanzado Europa desde Asia central (o China) a lo largo de las rutas comerciales del Imperio mongol.
Los viajeros portaban agentes patógenos a poblaciones que no habían adquirido inmunidad a ciertas enfermedades, por lo que una epidemia podría tener consecuencias dramáticas. El caso más famoso es el de un brote de peste en el siglo XIV, la plaga estalló en China hacia el año 1.330, esta usaba como vectores a los roedores y de los roedores a las pulgas y de las mismas a los seres humanos, siendo altamente contagiosa y letal. Durante mucho tiempo, la plaga apareció solo en la provincia sureña china de Yunnan.
A principios del siglo XIV las tropas mongolas dispersaron las pulgas infectadas, a continuación la peste se propagó rápidamente y los barcos comerciales (principalmente venecianos) complementarios a la Ruta de la Seda que partían de Kaffe (asediada por los mongoles) en la península de Crimea transportaron en el año 1.348 la peste a la Europa mediterránea y luego llegó al centro de Europa. Esta propagación rápida de la plaga que recibe el nombre de peste negra, fue causada por el comercio de pieles que portaban pulgas.

En Junio de 2014, la Unesco eligió un tramo de la Ruta de la Seda como Patrimonio de la Humanidad con la denominación “Rutas de la Seda: red viaria de la ruta del corredor Chang’an-Tian-shan”. Se trata de un tramo de 5.000 kilómetros de la gran red viaria de las Rutas de la Seda que va desde la zona central de China hasta la región de Zhetysu, situada en el Asia Central, incluyendo 33 nuevos sitios en China, Kazajistán y Kirguistán.

El experto en prehistoria André Leroi-Gourhan considera esta ruta como un espacio de intercambios activo desde el Paleolítico. Heredera de la Ruta del jade, cuyos restos se remontan a hace 7.000 años. Sin embargo, la ruta no se menciona en las crónicas chinas hasta el siglo II a.C.
Este itinerario sería el resultado de la curiosidad del emperador chino Wu (gob. 141-87 a.C.) de la dinastía Han por los pueblos civilizados lejanos, que se decía que habitaban en las regiones occidentales más allá de las tribus bárbaras. Los griegos, y luego los romanos, comenzaron a hablar del «país de los Seres» desde el siglo IV a.C. para designar a China.

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