6/8/16

Razas Gigantes

¿SON LOS GIGANTES UNA FICCIÓN?
En este punto chocamos con la Ciencia, la cual niega hasta ahora que el hombre haya sido nunca mucho mayor que el término medio de los hombres altos y fuertes que actualmente se encuentran.

En 1613, en una localidad llamada desde tiempo inmemorial el “Campo de los Gigantes” en el bajo Dauphiné, Francia, a cuatro millas de Saint Romans, se encontraron unos huesos enormes profundamente enterrados en el suelo arenoso, las investigaciones posteriores de Cuvier probaron que eran restos fósiles del Dinoterio gigante, de 18 pies de largo.
El húngaro que se exhibía en el Pabellón de Londres tenía cerca de 9 pies. En América se exhibía otro gigante de 9 pies y 6 pulgadas de alto; el Danilo montenegrino tenía 8 pies 7 pulgadas. En Rusia y en Alemania se ven a menudo hombres de más de 7 pies entre las clases sociales inferiores.

¿Y de dónde procede el testimonio de escritores clásicos bien conocidos, de filósofos y de hombres que jamás han tenido reputación de mentir?
Tengamos en cuenta que antes del año 1847 en que Boucher de Perthes lo impuso a la atención de la Ciencia, apenas si se conocía algo del hombre fósil; pues la Arqueología ignoraba complacientemente su existencia. De los gigantes que habitaban la tierra en aquellos días antiguos, sólo la Biblia había hablado a los sabios de Occidente; siendo el Zodíaco el testigo solitario llamado a corroborar tal declaración, en las personas de Orión y Atlas, cuyos hombros poderosos se decía que sostenían al mundo. Sin embargo, los gigantes se han quedado sin sus testigos, y pueden examinarse los dos aspectos de la cuestión. Las tres Ciencias, la geológica, la sidérea y la escritural (esta última en su carácter universal), pueden proporcionarnos las pruebas necesarias. Principiando con la Geología, ésta ha confesado ya que mientras más antiguos son los esqueletos excavados, tanto más grande, más alta y más poderosa es su estructura.
Federico Reougemont, que, aunque cree demasiado piadosamente en la Biblia y en el Arca de Noé, no es por eso menos científico, escribe: Todos esos huesos encontrados en los Departamentos de Gard, en Austria, en Lieja, etc.; esos cráneos que recuerdan todos el tipo del negro... y que por razón de su tipo pudieran tomarse equivocadamente por animales, han pertenecido todos a hombres de alta estatura. Lo mismo dice Lartet, autoridad que atribuye una “alta estatura” a los que fueron sumergidos en el Diluvio -no necesariamente el de Noé- y una estatura más pequeña a las razas que vivieron posteriormente.

En cuanto a la evidencia que proporcionaban los escritores antiguos, Tertuliano nos asegura que en su tiempo había en Cartago cierto número de gigantes, aunque antes de poder aceptar su testimonio, tendría que probarse su existencia real. Podemos, sin embargo, dirigirnos a los periódicos de 1858, que hablan de un “sarcófago de gigante” encontrado en el citado año, en el sitio ocupado por aquella ciudad. En cuanto a los antiguos escritores paganos, tenemos el testimonio de Filostrato, que habla de un esqueleto de gigante de 22 codos de largo, así como también de otro de 12 codos, vistos por él mismo en el promontorio de Sigeo. Este esqueleto puede quizás no haber pertenecido, como creía Protesilas, al gigante muerto por Apolo en el sitio de Troya; sin embargo, era de un gigante, como lo era aquel otro descubierto por Messecrates de Stira, en Lemnos, “horrible de contemplar”, según Filostrato.
¿Es posible que los prejuicios lleven a la ciencia al extremo de clasificar a todos estos hombres como necios o como embusteros?
Plinio habla de un gigante en quien creyó reconocer a Orión, u Oto, el hermano de Ephialtes. Plutarco declara que Sertorio vio la tumba de Anteo, el Gigante; y Pausanias atestigua la existencia real de las tumbas de Asterio y de Gerion, o de Hilo, hijo de Hércules -todos Gigantes, Titanes y hombres poderosos- . Finalmente, el Abate Pegues afirma, en su curiosa obra Les Volcans de la Grèce, que: En la vecindad de los volcanes de la isla de Tera se encontraron gigantes con cráneos enormes, que yacían bajo piedras colosales, cuya erección, en todos los sitios, ha debido de exigir el uso de fuerzas titánicas, y que la tradición asocia, en todos los países, con las ideas sobre los gigantes, los volcanes y la magia.
En la misma obra antes citada, el autor se pregunta por qué en la Biblia y en la tradición, los Gibborim, los gigantes o “poderosos”, los Rephaim, espectros o “fantasmas”; los Nephilim, los “caídos”, se nos presentan como idénticos, aunque son “todos hombres”, puesto que la Biblia los llama los primitivos y los poderosos, verbigracia, Nimrod.

La Doctrina Secreta explica el misterio. Estos nombres, que pertenecen de derecho sólo a las cuatro Razas precedentes y a los primeros principios de la Quinta, aluden muy claramente a las primeras dos Razas Fantasmas (Astrales), a la Raza “Caída” -la Tercera, y a los Gigantes Atlantes-, la Cuarta, después de la cual “principiaron los hombres a decrecer en estatura”.

Sólo en la Cuarta Raza fue cuando los hombres, que habían perdido todo derecho a ser considerados divinos, apelaron al culto del cuerpo, en otras palabras, al falicismo. Hasta entonces habían sido verdaderamente Dioses, tan puros y divinos como sus Progenitores; y la expresión de la “Serpiente” alegórica, no se refiere en modo alguno a la “Caída” fisiológica de los hombres, sino a su adquisición del conocimiento del Bien y del Mal; y este conocimiento les vino prior a su caída.

Extracto: La Doctrina Secreta Vol. III - H.P. Blavatsky
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