27/3/13

De Belén al Calvario


No cabe duda que Ortega y Gasset tiene razón cuando declara en “La Rebelión de las Masas” que: “la vida humana, por su propia naturaleza, tiene que estar dedicada a algo, a una empresa gloriosa o humilde, a un destino ilustre o trivial. Enfrentamos una condición, extraña pero inexorable, involucrada en nuestra propia existencia. 

En primer término, vivir es algo que cada cual realiza por sí mismo y para sí mismo. Por otra parte, si a esa vida mía, que sólo a mí concierne, no la dirijo hacia algo, estará desarticulada, carecerá de tensión y de ‘forma’. Somos testigos en estos años del gigantesco espectáculo de innumerables vidas humanas que deambulan perdidas en su propio laberinto, porque no tienen nada a qué dedicarse... Librada a sí misma, la vida se torna vacía, sin nada que hacer. Y para llenarla de algo, se inventan frivolidades, se crean ocupaciones falsas que no tienen nada de íntimo y de sincero. Hoy es una cosa, mañana otra contraria a la primera. La vida se pierde al encontrarse tan sola. El mero egoísmo es un laberinto. Esto es bastante comprensible. Vivir es realmente dirigirse hacia algo, avanzar hacia una meta. La meta no es ni movimiento ni mi vida, es algo a lo cual aplico mi vida y que, en consecuencia, está afuera, más allá de ella. Si me decido a marchar sólo dentro de mi propia existencia, egoístamente, no progreso ni llego a ninguna parte”.

Se dice que cuando penetramos en el mundo de los ideales, “las diferencias entre las religiones resultan insignificantes, mientras las coincidencias se tornan sorprendentes. Existe un solo ideal para el hombre: hacerse profundamente humano. ‘Sed perfectos’. El entero hombre, el hombre completo, es el hombre ideal, el hombre divino. ‘Sois completos en la Divinidad’, dice San Pablo. La búsqueda de nuestro yo superior y más íntimo, es la búsqueda de Dios. Descubrirse a sí mismo, conocerse a sí mismo y realizarse a sí mismo, es el destino del hombre. 

En el sendero de la purificación descubrimos cuán débil e imperfecto es el hombre inferior; en el sendero del discipulado trabajamos por el desenvolvimiento de las cualidades que caracterizan al hombre que está preparado para hollar el Camino y nacer en Belén. Entonces sabremos la verdad acerca de nosotros y de Dios, y mediante la realización, sabremos si lo que se nos ha dicho es o no verdadero. Se ha dicho que “...nadie puede comprender exactamente la verdad histórica de documentos tales como los Evangelios, a menos de haber experimentado el significado místico que ellos contienen... Ángelus Silesius, ya había expresado en el siglo XVII la actitud crística, hacia esta clase de investigación: “Aunque Cristo hubiera de nacer año tras año en Belén y nunca naciese en nosotros mismos, estaríamos perdidos para siempre; y si en nuestro interior no surgiera otra vez,  la Cruz del Gólgota no nos libraría del dolor.”

El conocimiento de nosotros mismos nos lleva al conocimiento de Dios. Es el primer paso. La purificación del yo nos lleva al portal de la iniciación, de donde podemos hollar el Camino por el que Cristo marchó de Belén al Calvario.
Somos seres humanos, pero también divinos. Somos ciudadanos del reino aunque no lo hayamos reclamado aún, ni entrado en posesión de nuestra divina herencia. La inspiración fluye continuamente; el amor está latente en todo corazón humano. En el primer paso sólo se requiere obediencia y, cuando se ha cumplido, entonces viene el servicio, que es la expresión del amor, y también la inspiración, que es la influencia del reino, haciéndose parte definida de nuestra expresión de la vida. Esto es lo que el Cristo vino a revelarnos y ésta es la palabra que emitió. Cristo demostró nuestras posibilidades divinas y humanas, y al aceptar la realidad de nuestra naturaleza dual aunque divina, podemos empezar a ayudar en la fundación del reino.

Debemos llegar a comprender que: “la más exaltada, pura y absolutamente adecuada expresión del misterio del hombre, es el Cristo el Dios-hombre. Sólo Él, ubica verdadera y fundamentalmente a la naturaleza humana en la luz correcta. Su aparición en la historia da derecho al hombre a considerarse algo más que una simple criatura.  Si existe realmente un Dios-hombre también existe un Hombre-dios, es decir, un ‘hombre’ que ha recibido en sí mismo la divinidad... Este Hombre-dios es colectivo y universal, es decir, es todo el género humano o una iglesia mundial. Porque sólo en comunión con sus semejantes el hombre puede recibir a Dios”.

Extracto del Libro “De Belén al Calvario” de Alice A. Bailey
Libro completo:

No hay comentarios:

Publicar un comentario